Resumen de la Perashá: Yaakov vive sus últimos 17 años de vida como residente de Egipto. Cuando intuye que sus días están terminando, manda llamar a Yosef, su amado hijo, y le pide jurar que, al morir, y en su posición de Virrey de Egipto, se encargue de enterrarlo en Tierra Santa y no en Egipto. Yosef acepta y le hace dicho juramento. Poco después, Yaakov cae enfermo; Yosef lo visita de nuevo, pero esta vez acompañado de sus dos hijos mayores, Menashé y Efraím. Yaakov eleva el status de éstos, considerándolos no como sus nietos, sino como si fueran sus propios hijos, es decir, como cabezas de una Tribu dentro de Israel. A continuación, Yaakov los bendice, pero da preferencia a Efraím por encima de Menashé, pese a que este último es el mayor de los dos:

“El ángel que me redimió de todo daño, bendiga a los jóvenes…, y se multipliquen…”.

El Patriarca, ahora más grave de salud, manda traer a todos sus hijos. Antes de morir, desea revelarles la profecía del “final de los días”, pero el Cielo se lo impide. Yaakov bendice a todos sus hijos con un mensaje de despedida personal, poético e incluso críptico, en el que asigna a cada uno de ellos su papel como Tribu: Reuvén es reprendido por su impetuosidad y, como consecuencia, le es quitada la monarquía y el sacerdocio. Shimón y Leví son castigados por su furia, manifestada en la masacre de Shejem, así como en el complot contra Yosef, por lo cual son dispersados dentro de Israel —los errantes maestros de escuela vienen de Shimón, y los sacerdotes (sin tierras), de Leví—; Yehudá recibe la monarquía, éxito en la guerra y la abundancia de vino y leche en su territorio; Zevulún es bendecido como navegante-comerciante; Isajar es comparado a un burro de huesos robustos, pues los Sabios que cargan el yugo de la Torá provienen de éste; de Gad, bendecido con bravura en la lucha, provienen los soldados; Dan es bendecido con la tenacidad de la serpiente y la habilidad para juzgar; mientras que Yaakov bendice a Asher con abundancia de olivos; Naftalí es dotado con la velocidad de un ciervo; Yosef, el hijo pródigo, reconocido por su carisma e integridad, es enaltecido con belleza, fertilidad y muchas otras bendiciones; y Binyamín es bendecido con la ferocidad y otras apreciables características del lobo.

Yaakov repite a sus hijos su deseo de ser enterrado junto a sus ancestros en la Cueva de Majpelá en Jebrón, y finalmente muere a la edad de 147 años. Después de ser embalsamado y de un periodo de luto nacional, Yosef recibe permiso del Faraón para trasladar el cuerpo de su padre a Israel. Una gran procesión funeraria consistente en los hijos de Yaakov, ministros, ciudadanos ilustres de Egipto y la caballería egipcia acompañan a Yaakov en su último viaje, ahora a Tierra Santa donde es enterrado tal como pidió. Luego de volver a Egipto, los hermanos temen que ahora que Yaakov ya no está presente, Yosef se vengue de ellos por haberlo vendido. Por ello, inventan un mensaje póstumo de Yaakov a Yosef, pero él los calma y asegura que no les guarda ningún rencor.

Pasan los años y Yosef también fallece en Egipto, a los 110 años. Pero antes de morir, deja a los Hijos de Israel su testamento, del cual tomarán esperanza y fe en los difíciles años por venir: “Dios seguramente los recordará (pakod yifkod…) y los elevará fuera de aquí, a la Tierra que Prometió a …”. También él pide a sus hermanos le prometan que cuando muchos años en el futuro llegue el momento del éxodo de los Israelitas de Egipto, sus huesos —los fundamentales Atzmot Yosef— sean llevados con ellos a Israel y allí sepultados.

CODA: Hemos llegado al final del principio. Vayejí cierra el Libro de Bereshit, porque con el fallecimiento de Yaakov —el tercero y último de los Avot (Patriarcas)— llega a su fin la primera etapa del desarrollo de Israel: la era formativa de los Avot. Mucho de la perashá se refiere a la transición que lleva de la era de Yaakov a la de sus hijos, y observamos aquí las berajot —las bendiciones para el futuro— a través de las cuales Yaakov transmite su visión y dirección hacia el mañana, primero a Yosef y más tarde, en su lecho de muerte, a todos sus hijos.

Yaakov, deseoso de socorrer a sus hijos con una visión mesiánica, es decir, con una concepción del “Final de los Días”, intenta revelar mucho más, pero Dios no se lo permite. Este intento y su frustración son lo bastante importantes como para que aparezcan en este momento crítico del “cambio de estafeta”, ya que la naturaleza misma de Israel está unida a un delicado balance entre el significado de la visión mesiánica (profecía y revelación) y sus peligros/riesgos inherentes. Por otro lado, es comprensible que, al llegar este libro a su cierre junto con las vidas de Yaakov y Yosef, y de las generaciones fundadoras, mucho de Vayejí consista de esas venerables portadoras de visión que les son legadas: las berajot. Yaakov, el depositario de la visión nacional, otorga con sus palabras finales bendiciones individuales para sus hijos y deja a cada uno de ellos una particular dirección y concepción del futuro. Yosef recibe aquí una bendición adicional y una misión única. En Vayejí puede encontrarse el sentido de dicha misión, rastreándola hasta su origen. Y podemos hallar en ella un entendimiento más profundo del “judío errante” y de un exilio que parece alargarse interminablemente………….